domingo, 29 de enero de 2012

Aquí me quedo

 
¡Que bellas se pasan las horas vaciando botellas! eso han de pensar los visitantes que por sesenta años han frecuentado este lugar y se han quedado horas enteras haciéndole honor a su razón social: “Aquí me quedo”. Este pequeño lugar con una lúgubre luz roja que lo inunda y parece desparramarse por las mesas, les da a sus visitantes una expresión de dicha melancólica que van pasando con una copa de aguardiente mientras manosean ávidos de quereres a alguna mujer con poca ropa y mucha carne que los acompaña mientras suena la muy conocida música carrilera, de cantina o de despecho, pero que en general es música popular que viene a ser, junto al alcohol, la mejor compañía para las penas.

La música guasca o de carrilera proviene de Antioquia y se refiere a unos ritmos que fueron haciéndose a partir de la música que venía de otros países: corridos, rancheras  y huapangos mexicanos; tangos, milongas y zambas argentinos y valses ecuatorianos  los cuales tuvieron la influencia de las montañas colombianas y  los viajes en un ferrocarril  recién construido  y se convirtieron  en ritmos hechos por campesinos antioqueños  con un estilo propio. Como la difusión de este tipo de música se hizo primero  a través del ferrocarril de Amagá que atravesaba  Antioquia y luego  fue extendiéndose por toda Colombia con el ferrocarril del Cauca, se le dio el nombre de música carrilera y es una música melancólica, hecha para acompasar borracheras y acompañar las penas  propias del desamor.Y aún así no estás conmigo, estás tan lejos donde estarás. Quisiera verte, quisiera hablarte, es tan difícil vivir sin ti.
http://www.youtube.com/watch?v=4YxHrkgaUOg 



Pero de desamor no parecen sufrir los visitantes del lugar, para eso están las mujeres que los acompañan, siempre dispuestas, amorosas, amables, falsarias. 




Son las 8 de la noche y de la veintena de mesas solo seis están vacías, en las otras departen amigos y mujeres y van sobrando las botellas, el sopor aumenta y el olor a alcohol inunda el aire guiado por las voces delirantes que hacen un esfuerzo por cantar cada canción como un himno a su  congoja. Para una persona que no está habituada a este tipo de música las cuerdas llegan a aturdir, pero más que las cuerdas son las letras desconsoladoras las que producen desazón. Yo ocupo una de las mesas finales, tengo la vista de todo el lugar, pero me siento incómoda vulnerando la intimidad de estas personas, esto lo compruebo al tomar una foto de una de las lámparas que intenta decorar el sitio.



-¿Usted me está tomando fotos?- Me dice una mujer de la mesa contigua. –No- y sonrío avergonzada, no me deja seguir hablando y me dice que ella tiene hijos y que no pueden ver lo que hace, la otra mujer me dice que también tiene una hija que está en la universidad y que depende enteramente de su trabajo. Les explico la razón de mi presencia en el lugar, ellas serían una historia memorable, pero por ahora me ocupa la música. 
  


Tengo un espacio breve para hablar con Abelardo, el administrador del local, con cara de pocos amigos me cuenta que el dueño es su padre, un señor de 85 años que fundó hace 60 este “chochal”, él es quien pone aquí la melodía y tiene un estante lleno de cd´s porque ahora es más fácil comprar la música en cualquier esquina, lo que más le piden son tangos, rancheras y corridos. Se excusa y dice que tiene que seguir atendiendo sus cosas, le agradezco y vuelvo a mi sitio donde paso por todo menos inadvertida, quizá porque soy la que más ropa tiene. Se me acerca un señor de unos 60 años, me dice que es funcionario de salud pública y me enseña una credencial, me mira de pies a cabeza y se lleva el dedo índice a la boca…shhhhh, dice que sólo a veces viene aquí a tomarse una cerveza, le sonrío con complicidad y él se aleja tarareando. “Tomemos este trago, brindemos por la vida,brindemos por la vida...pues todo es oropel”.




Antes de marcharme y ante mi cobardía para enfrentar las miradas desconfiadas, le pido el permiso a Abelardo para tomar una foto al aviso, accede y Juan Carlos uno de los trabajadores sobrino de Abelardo, me dice que si él puede salir en la foto, le digo que sí, pero que esta foto va a aparecer en Internet y esto lo anima más. Mientras el posa y yo tomo la foto, un hombre está cubriéndose el rostro –No me tomés fotos- me grita, le digo que tranquilo que es solo al letrero, -No me tomes fotos hijueputa- su voz aguardientosa se convierte en agresiva y yo, sin nadie a mi favor  decido irme lo más rápido posible. Porque estás que te vas, y te vas, y te vas, y te vas y te vas, y te vas, y no te has ido.


Aquí no me quedo, pero me voy con la sensación de que se quedan historias sin contar más allá de la nostalgia de la música.